miércoles, 6 de agosto de 2008

¿QUE OIR?


CUANDO EL ROCK ES UN EPITAFIO

No necesariamente todos los discos de rock son para oírse mientras se maneja en carretera, se lava el auto o se trota en las mañanas con audífonos. Hay algunos que exigen una dedicación muy particular por parte del oyente para transportarlo a una época y lugar concretos, así como para fabricarle estados mentales y emocionales muy determinados. Para ejemplos, ahí esta Songs For Drella. Grabado entre 1989 y 1990 por Lou Reed y John Cale con motivo de la muerte de Andy Warhol, se distingue por su carácter introspectivo y sincero que logra manifestar varios aspectos personales tanto del personaje representado como de los creadores de dicha representación. A través de quince tracks, repasa los momentos más significativos en la vida de Warhol, desde su infancia en Pittsburgh hasta el disparo en el pecho que recibiera a manos de Valerie Solanas. Warhol se convirtió no sólo en el tema de este álbum conceptual sino también la razón por la que ambos músicos volvieron a estar juntos después de haber pasado más de veinte años sin dirigirse la palabra. Dejando a un lado sus diferencias irreconciliables, realizan un último adiós a su colega y mentor.

Debo hacer el debido hincapié en que este no es el típico álbum de Lou Reed. Muy lejos se encuentra la riqueza en instrumentación que caracterizaba a los primeros discos de la Velvet Underground o las rolas pegajosas que hasta el oyente más casual podía encontrar en Trasformer. Si la música en Songs For Drella destaca por algo es por su minimalismo. El dúo conformado (o mejor dicho, conforme) por Reed y Cale para este proyecto no pasa de recurrir a una guitarra eléctrica, un teclado y una viola. En el mismo espíritu de “menos es más”, las notas y acordes resultan bastante elementales, en algunos casos hasta repetitivos. En “Images”, por ejemplo, el mismo riff distorsionado de guitarra se reproduce indefinidamente en un tono obsesivo, pasando a ser algo así como un equivalente musical al sistema de repetición mecánica de imágenes que Warhol acostumbraba implementar en muchos de sus cuadros. “Smalltown”, el corte que da inicio al álbum, se vale de unas dos o notas de piano que varían muy poco para dar fe de la ambición insatisfecha de un joven provinciano en miras de triunfar en la Gran Manzana: If art is the tip of the iceberg, i´m the part sinking bellow, canta Lou Reed personificando al micrófono los pensamientos de fama que de seguro ya rondaban por la cabeza de Warhol desde muy joven.

En realidad, las verdaderas estrellas del disco no son las canciones sino las letras y conceptos inscritos en las mismas. Los músicos aprovechan para hacer un inventario de todo lo que vivieron durante sus años como integrantes de la fabrica Warholiana; los buenos momentos, lo que quisieran olvidar, el lado egocéntrico y negligente de Andy, su lado generoso…Reed, con su inigualable don para la poesía que cura y destruye a partes iguales, asume este trabajo como una especie de confesionario creativo para sacarse de su ronco pecho todo lo que no pudo decirle a su amigo muerto. You hit me where it hurt, i didn´t laugh / You diaries are not a worthy epithaph, afirma entre furioso y melancólico en “Hello I´ts Me”, canción con la que el disco cierra. Sin duda alguna, la pieza que refleja la mayor amargura es “A Dream”, monologo interpretado por Cale con acompañamiento de su teclado en el que se introduce en la mente del rey del arte pop durante sus últimos días, y de adentro hacía afuera, expone sin tapujos hasta que grado se había enfriado la relación de Warhol con sus protegidos y el resto del mundo.

Songs For Drella rebosa de amor, fascinación, belleza, rabia contenida y luto. Sus meritos musicales, mínimos por cantidad y no por calidad, no son nada en comparación con su enorme valor sentimental y humano.

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