viernes, 14 de noviembre de 2008

CUENTAME TU VIDA


En la ceremonia del Oscar para el 2005, tres de los cinco candidatos a la mejor película compartían un detalle muy distintivo: eran biopics. Es decir, películas biográficas; encargadas de relatar momentos importantes en la vida de personajes celebres, o por lo menos verídicos. La tendencia recurrente de reconocer a este tipo de producciones sirve para confirmar que Hollywood es un eterno enamorado del pasado. El ayer nunca es recordado mejor que en la pantalla grande. ¿Para que molestarse en crear historias cuando ya han existido muchas por si mismas que merecen ser contadas? Así las cosas, el género biográfico hace posible demostrar que ciertos actores merecen ganar un premio y que la meca del cine, a diferencia de lo que sus críticos puedan decir, tiene una conciencia histórica. Cuando Gandhi se hizo la favorita de la Academia en 1982, lo comprendido entre líneas era que no se estaba votando sólo por la actuación de Ben Kinsgley, sino también por el legado humanitario del Mahatma. Que tan sincera fue dicha premisa es una cuestión que permanece abierta a debate.

De lo que sí no hay duda es que esta tradición de homenajear vidas ajenas a través del celuloide no es nada nueva. Ya desde los años treinta, con una nación ávida de ejemplos que ayudasen a levantar la moral y hacer más soportable las condiciones adversas generadas por la caída del mercado de valores, empezaban a figurar en la taquilla filmes como The Life Of Emile Zola (1937) y The Story Of Louis Pasteur (1936), ambas dirigidas por William Dieterle y que presentaban el antecedente de hombres que habían alcanzado logros sobresalientes para el beneficio y el desarrollo de la sociedad. Estas primeras muestras contaban con un enfoque más académico que dramático, queriendo abarcar un retrato sobrio y minucioso del personaje. Históricamente congruentes en casi todos los aspectos, adolecían de un desarrollo errático en la construcción y evolución de un argumento. Con el paso de los años, el enfoque fue ampliándose hasta desembocar en maneras y estilos diversos a seguir para “hacer de la vida una película”. Uno de los más utilizados consiste ya no en una re-producción exacta, sino más bien en una interpretación de los realizadores acerca del sujeto con base a datos obtenidos mediante investigación. Los problemas que implica esta clase de aproximación al material suelen venir de dos frentes: los historiadores que no toleran la licencia poética de los cineastas y los allegados íntimos a la persona en cuestión, quienes, desde su punto de vista, deberían tener la última palabra sobre lo que se ha de añadir u omitir en la recreación de los hechos. Oliver Stone tuvo que mantener contenta a la familia de Pamela Courson en The Doors (1991), eliminando cualquier escena que diera sustento a los rumores que la incriminaban directamente con la muerte de Jim Morrison. No así pudo complacer a Ray Manzarek, tecladista original de la banda, quien acusó a Stone de denigrar la imagen del Rey Lagarto al enfatizar su consumo de alcohol y drogas duras y obviar su faceta lírica, meditativa y humana. En la misma línea, las hijas de Richard Nixon tampoco le perdonaron a Stone haber mostrado a su papá bajo una luz tan poco indulgente en Nixon (1995), drama al estilo shakesperiano alejado a años luz de lo que los libros de historia se limitan a mencionar sobre el famoso (e infame) ex presidente de Estados Unidos, donde se le atribuía un enlace con la mafia para derrocar a Fidel Castro y sugería que contó con la ayuda de los asesinos de Kennedy para obtener la presidencia. Caso similar fue el de Ed Wood (1994), pieza menospreciada dentro de la filmografía de Tim Burton que con el paso del tiempo ha adquirido un estatus de culto, redimiendo a un cineasta mediocre y homenajeando a la figura de Bela Lugosi, interpretado en la cinta por Martín Landau. Bela Lugosi Jr. objetó el uso habitual de palabras altisonantes en la caracterización de Landau, argumentando que jamás escuchó a su padre usar semejante lenguaje frente a él. Por otro lado, en lo que respecta a quisquillosos de la historia, la verdad es que los mexicanos tampoco nos quedamos muy atrás. ¿Quién no pegó el grito en el cielo ante Frida (2002), antología de hits pictórico-anecdóticos de la señora de Diego Rivera a cargo de Julie Taymor? Ni siquiera las nominaciones que Salma Hayek y Felipe Fernández del Paso cosecharon en los respectivos rubros de Mejor Actriz y Mejor Dirección de Arte pudieron impedir que la critica especializada se concentrará en lugares comunes de la opinión pública: que la verdadera Frida Kahlo era más fea, que mezclar el ingles con el español era un insulto a la patria….Claro que también ha habido ocasiones en que los hechos supeditados a la imaginación han ido demasiado lejos. ¿Cómo no tener pesadillas con Lucerito y Alejandro Fernández gracias a aquel ejercicio ejemplar de ridiculez involuntaria que Alfonso Arau bautizó con el nombre de Zapata: El Sueño del Héroe (2004)?

Otra manera de dramatizar una vida consiste en mostrar una sola etapa o capitulo representativo de ella, en lugar de su totalidad. En El Aviador (2004), Scorsese pudo haberse aventurado a contar el ascenso y la caída de Howard Hughes, creando con ella una de los filmes más largos, costosos y accidentados que hubiesen existido. Sabiamente, optó mejor por seleccionar la juventud del magnate, piloto y productor Hollywoodense, cuando sus hazañas en el aire y en la cama venían de la mano con los primeros síntomas de una enfermedad mental que acabaría por consumirlo. En contraste, Ray (2004) sufre de una pretensión por querer abarcar diversas décadas en la carrera del músico afro americano Ray Charles mediante suppers indicativos que no se apetecían nada elegantes ni naturales, lo último rematado por una resolución que desviaba al filme de su intención de homenajear al padrino del rythim and blues y lo reducía a una fabula simplona sobre la adicción a las drogas.

Para cualquier actor, encarnar a alguien real constituye un delicado equilibrio de fuerzas. Deben honrar su esencia a través de su acento, su caminar, sus gestos, manierismos e ideología. Pero al mismo tiempo, deben hacer lo posible por hacerlo suyo y evitar dar la impresión de ser muñecos manipulados por el fantasma de su propio personaje. Si lo hacen bien, la experiencia resultará ser un bautizo de fuego que catapultará sus carreras. Fue preciso que Javier Bardem se introdujera en la piel del escritor cubano Reinaldo Arenas en Before Night Falls (1999) para que el mundo supiera de su existencia. Confesiones de Una Mente Peligrosa (2002) sirvió como evidencia de que George Clooney no es mal director y que Sam Rockwell es un talento al que no se le debe perder de vista. Revivir a Sid Vicious en Sid & Nancy (1986) fue para el joven Gary Oldman tanto una bendición como una cruz, puesto que aunque el filme le abrió puertas, lo condenó de igual forma a tener que hacer lo mismo con Joe Orton (Prick Up Your Ears, 1987), Lee Harvey Oswald (JFK ,1991) y Ludwig Van Beethoven (Inmortal Beloved, 1994).

Como quiera que sea, las biografías llevadas a la pantalla han posibilitado que nos deleitemos con los logros y fracasos de otras personas. Su vigencia en el medio cinematográfico está ahí para recordarnos que las vidas que vale la pena vivir no necesariamente son las nuestras.

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