domingo, 30 de noviembre de 2008

¿Y DONDE QUEDÓ EL BUFALO?

EL BUFALO DE LA NOCHE (2007)
Dirigida por Jorge Hernández Aldana.
Escrita por Guillermo Arriaga y Jorge Hernández Aldana, adaptada de la novela de Guillermo Arriaga.
Producida por Guillermo Arriaga, Diego Luna y Jimena Rodríguez.
Protagonistas: Diego Luna, Liz Gallardo, Gabriel Gonzáles, Camila Sodi,
Irene Azuela y Emilio Echeverría.

Quizás es por no haber leído antes el libro. Podría deberse a la presencia nada discreta de Diego Luna a lo largo y ancho de este proyecto, misma que a lo mejor pretendía reducirlo a una mera excusa para quedarse con la mayoría de los primeros planos. O tal vez debamos atribuírselo al intento fallido del director venezolano Jorge Hernández Aldana por hacer de esta adaptación una digna opera prima. Lo cierto es que, en lo que a mi respecta, hay algo dentro de “El Búfalo de La Noche” que hace que simplemente no funcione.

La historia arranca con la visita de Manuel (Diego Luna) a su amigo Gregorio (Gabriel Gonzáles), quien acaba de volver a casa de sus padres luego de haber pasado una larga temporada internado en un psiquiátrico por esquizofrenia. A pesar de que Gregorio afirma estar ya curado, hay una tensión muy latente en su conversación con Manuel, sensación bien lograda que merece mencionarse como uno de los pocos aciertos en esta producción. La aportación musical de Mars Volta también constituye un buen elemento. Descubrimos después que la incomodidad entre ambos se remonta a sus años en la preparatoria, cuando Manuel inició un tórrido romance con Tania (Liz Gallardo), la novia de Gregorio. Poco después, Gregorio se suicida, dejando una cajita misteriosa llena de fotos y pedazos de papel con diferentes frases enigmáticas que se supone servirán como pistas para desenterrar un secreto que se llevó a la tumba.

A partir de aquí la película entera comienza a degenerar en un insufrible catalogo de prolongadas e injustificadas escenas de sexo, aderezadas con una constante cámara en mano a la que no puedo encontrarle otro adjetivo que no sea el de pretenciosa. Y con esto de ninguna manera quiero darme aires de puritano; bienvenido sea el erotismo cuando contribuye a la evolución dramática o revela algún hecho fundamental en el carácter de los personajes. En este caso, Arriaga y Hernández Aldana dan la impresión de escudarse en la desnudez explicita cada cinco minutos, lo cual equivale a la frecuencia aproximada de veces en las que se tropiezan con los baches de su propia narración. Como ya dí a entender en líneas anteriores, las huellas de Diego Luna se sienten (o mejor dicho, se resienten) a cada momento del filme. Mi pregunta sería: ¿para qué? Si bien se esfuerza por dotar de cierta verosimilitud a Manuel, este nunca pasa de ser un muchacho torpe y aburrido que cuando no está recordando los viejos tiempos con Gregorio en flashbacks que podrían haber sido introducidos con un calzador, se la pasa quitándole la ropa a cuanta fémina se le ponga enfrente. ¿A quien le importa? Lo curioso es que el personaje verdaderamente interesante es también quien brilla por su ausencia en la mayor parte del tiempo real de la trama. Si Arriaga hubiera elegido más bien enfocar sus energías en el descenso de Gregorio a la locura, ¿habría habido alguna gran diferencia? Por desgracia, ahora nunca lo sabremos. Sólo nos queda esperar la llegada del guión y director apropiados que permitan explotar a la máxima potencia su capacidad de narrador. O como a él mismo le gusta autodenominarse, de “escritor de cine”.

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