lunes, 23 de febrero de 2009

PUEBLO QUE SIGUE RECHAZADO

El siguiente texto fue escrito originalmente por José Ramón Enríquez y publicado en el periodico Reforma en julio del 2008.

Conocí al maestro Retes justo durante el montaje de sus Hombres Del Cielo, la tragedia sobre la conquista “espiritual” de Chiapas, sobre Bartolomé de las Casas y el profundo enfrentamiento en la Iglesia católica (dialéctica que arranca de Constantino) entre los intereses de la jerarquía y el bienestar del pueblo de Dios, que es cuerpo vivo de Cristo. Retes era simple y sencillamente ateo. Yo estudiaba aún con los jesuitas y acababa de salir de la compañía con la idea de retornar. Hablé mucho con él y me impresionaron tanto la serenidad de su ateísmo como su convencimiento de que sin el análisis del enfrentamiento jerarquía vs. cuerpo de Cristo, no podría ni entenderse la historia ni avanzar en la lucha de las izquierdas. Aunque no era el primer rojo que conocía (el primero fue mi propio padre) sí fue quien llegó en un momento vocacional definitivo: teatro, fe e izquierda.

Mi ascenso profesional al escenario fue de la mano de Retes, con un Brecht que me significaba exactamente la misma tirada, Galileo Galilei. Y, según Vivir del teatro, precisamente por este montaje Vicente Leñero se decidió a llevar Pueblo Rechazado, su primera obra de teatro, al maestro Retes. No me extraña, pues, de ninguna manera que, a diferencia de otros literatos y directores, Retes se entusiasmara con la obra. Era el tratamiento documental del conflicto dialéctico entre el monasterio benedictino de Cuernavaca, encabezado por su prior Gegorio Lemercier, y el Santo Oficio de la jerarquía católica, tribunal presidido por el cardenal Ottaviani, que hoy nadie recuerda pero que fue el enemigo principal del papa bueno Juan XXIII (su Lex Luthor, para usar metáforas cercanas a los más jóvenes). Yo no estuve en el montaje pero igualmente me conmovió. Tocaba mis resortes más profundos. Y ahí escuché, en voz de Carlos Bracho, una de las frases inolvidables de don Sergio Méndez Arceo (obispo magno, para quienes no lo recuerden, de la estirpe de don Samuel): “el espíritu sopla donde quiere”. Tal era el tema de la obra: la jerarquía es parte de la Iglesia, no es la Iglesia; y los laicos son cuerpo de Cristo, no un rebaño descerebrado. Pero tanto el nivel político de la lucha como su tratamiento documental hacían de Pueblo Rechazado una obra pionera en el teatro mexicano. Eso lo entendió perfectamente Retes y lo cuidó hasta el último detalle. Por ello, tampoco me resulta extraño que un dramaturgo de la inteligencia y sensibilidad de Max Aub (obviamente no cristiano) haya saludado a Pueblo Rechazado como “el mayor acontecimiento del teatro mexicano desde el estreno de El Gesticulador en 1947”. El propio Usigli confirmó la afirmación de Aub.

Hoy en la Iglesia soplan vientos de retroceso. El papa Ratzinger, sucesor de Ottaviani, encabeza el desmontaje del legado de un papa bueno, Juan XXIII, y de un papa hamletiano, Paulo VI. Ello convierte esta obra de Leñero en una de las más actuales de sus obras y de todo el teatro documental. No sólo para quienes vivimos como cristianos el íntimo enfrentamiento, porque de una u otra forma la obra toca a todos, tal como creía Retes. La adaptación cinematográfica (que nada me gustó) la título El Monasterio De Los Buitres, cuando se trataba de un monasterio destruido por los buitres. Y los buitres siguen ahí aunque Emaús se haya diluido.

La enfermedad no estaba en el monasterio ni en sus equivalentes actuales. La enfermedad está en la Iglesia como está en la sociedad toda. La jerarquía eclesiástica es uno de los pilares fundacionales y, al propio tiempo, uno de los espejos más nítidos de una sociedad enferma. Y es desde los llamados “enfermos” como puede iniciarse la curación tan sólo por contraste. Tan paradójica y contradictoriamente como paradójico y contradictorio es el signo de la Cruz. Superado el rechazo del freudismo en la Iglesia y aun instrumentalizado por la jerarquía, 40 años después habrá que releer y montar Pueblo Rechazado en clave de Foucault, y los cristianos, a la luz de un Evangelio que siempre defendieron Lemercier y don Sergio, porque “el Espíritu sopla donde quiere”.

1 comentario:

TeatherZeit dijo...

y se quedó escenificando mi yo

Te amo